El bordado

El bordado mallorquín tiene unas características propias que lo hacen distinto a todos los demás. Por la exhuberancia de colorido y diseño, su influencia parece deberse más a los bordados que antiguamente se realizaban en lugares como Creta o las lejanas Persia y la India.

Un trabajo exquisito que las bordadoras mallorquinas han ido trasmitiendo con primor de generación en generación, consiguiendo mantener viva esta tradición artesanal antaño tan popular en la isla.

En la Edad Media los bordados constituían la principal actividad de las mujeres en los conventos y en las casas particulares mallorquinas. Había un número determinado de maestros bordadores, aunque no el suficiente para organizarse como gremio, lo que hizo que estuvieran asociados con los pintores. En esa época, los adornos eran fundamentalmente de carácter religioso, confeccionados sobre telas de seda y utilizando hilos de seda en diferentes colores, que intercalaban con el oro y la plata. El impulso de esta labor artesanal llegaría en el siglo XIX, cuando en muchos pueblos de Mallorca se establecieron órdenes religiosas que enseñaban a las niñas y jóvenes a leer, escribir y también a coser y bordar. De hecho, la expresión ‘anar a costura’ significaba ir al colegio en el argot popular. En este contexto destacó, muy especialmente, el Real Colegio de la Pureza, título concedido por el rey Fernando VII en 1829. Se había creado diez años antes en Palma de Mallorca y era el lugar al que confiaban la educación de sus hijas las familias de la nobleza. Estas jóvenes bordadoras realizaban tan primorosos trabajos de costura que su fama se extendió fuera de la isla, llegando a trabajar para la corte de la reina Isabel II de España.

Los bordados típicos en Mallorca son el punto mallorquín, el punto enlazado y el punto de cruz. El punto mallorquín es un bordado de punto libre que se realiza directamente sobre la tela. Consiste en una cadeneta hecha a ganchillo que se comienza por los perfiles rellenándose después el interior. Por su parte, el punto enlazado se complementa con los calados, las zonas interiores de los dibujos. Es un trabajo para el que se requiere mucha destreza, ya que se trata de ir sacando con delicadeza varios hilos de la tela hasta conformar la urdimbre y la trama. Éstas, al bordearse, consiguen un aspecto geométrico. Con ellos se adornaban todo tipo de ropa para la casa y vestidos, muy especialmente el «rebosillo» con el que las mujeres se cubrían la cabeza. Actualmente, esta rica vestimenta tradicional puede verse en las muestras folclóricas que a menudo se celebran en todos los rincones de la isla.

Hasta el siglo pasado estos bordados se realizaban con hilos de estambre (hebra fina de lana) y de lino, en los colores blanco, azul, rojo y verde combinados en sus distintas tonalidades. Hoy en día la gama cromática es mucho más amplia y, generalmente, se sustituye el lino por el algodón mouliné.

Otra de las características del bordado mallorquín es su vistoso diseño, generalmente floral en el que son típicos los «reguinyols» y las «garses», que dan forma y volumen a los dibujos con su ritmo ondulante. Esta tradición artesanal, que durante años quedó reducida prácticamente al ámbito familiar de las bordadoras, ha sido recuperada en las últimas décadas y hoy existen varios talleres donde se bordan a mano exquisitos trabajos apreciados en todo el mundo. Desde mantelerías y juegos de sábanas hasta toallas, todo tipo de tapetes y otros elementos decorativos.

En los lugares que pueden ser visitados gracias a nuestra empresa, encontraremos tiendas que las artesanas tienen abiertas junto a su taller, dando la posibilidad al cliente de verlas trabajar hábilmente en sus bastidores.